Un Vecino Gruñón es un claro ejemplo de lo que ocurre cuando
un buen guión, nacido del cine independiente, se encuentra con un presupuesto holgado. Contada en tono de comedia dramática (dramedy), el director Marc Foster nos zambulle en el oscuro mundo de Otto, un viudo amargado y deprimido, quien lo único que desea es morir, aunque la vida y su vecina de al lado se empeñen en todo lo contrario.
El suicidio es un tema que se ha tocado incontables veces en el cine. Ya sea que se trate de un drama o una película de terror, e incluso una comedia, la cosa da para mucho. Quizá por ello los productores de Un Vecino Gruñón recurrieron a la novela del sueco Fredrik Backman, para hacer una segunda adaptación cinematográfica de su obra, esta vez financiada con el billete de Hollywood; la primera versión se hizo en Suecia y se estrenó en 2015 con el título de Un Hombre Llamado Ove.
En el caso de Un Vecino Gruñón, Tom Hanks personifica a Otto, un viudo cuya esposa ha muerto recientemente. Tipo de pocas palabras, Otto es ese vecino que nadie quisiera tener; esa clase de hombre que vive obsesionado por mantener la disciplina y el orden. Para él todos a su alrededor son unos perfectos idiotas. Gente ignorante y sin cerebro que vive sumida en el caos absoluto. Tan fácil que es seguir las reglas.
Pero para Otto la vida ha terminado, se halla sumido en una terrible depresión, que sólo le deja una salida: matarse para seguir hasta la eternidad a la mujer que sigue amando. Eso está a punto de ocurrir, hasta que aparece Marisol (Mariana Treviño) la nueva vecina mexicana de la casa de al lado, con su familia. A partir de ese momento iniciará una improbable amistad entre Marisol y Otto, que si bien no hará que Otto no se detenga en su intento de suicidarse, le dará una lección de vida.
Y es que aunque la mayoría de la gente lo ha considerado alguna vez, atentar contra uno mismo no es cualquier cosa, ni algo que pueda ocurrir todos los días. Sólo hay una oportunidad. Ser o no ser. No se admiten meditas tintas. Pero lejos de mostrarnos ese momento postrero con un tono solemne o trágico, el director Mark Foster, retrata la antesala de la muerte como algo intrascendente; un instante desprovisto de importancia dentro de nuestras apesadumbradas existencias.
Otto no tiembla ni duda, ni se encomienda a deidad alguna, ni siquiera se persigna. El va a lo suyo. Eso sí, antes se toma la molestia de colocar cuidadosamente un enorme plástico alrededor de la escena del crimen, no vaya a ser que su cuerpo manche de sangre las paredes de su sala prolijamente pintadas. Otto es la personificación del pragmatismo gringo, ya sea que intente colgarse del techo con una cuerda alrededor del cuello, o que decida darse un plomazo con una escopeta, o cuando, desesperado, recurre el envenenamiento con monóxido de carbono dentro de su querido automóvil Chevrolet.
La química importa
Ese tono agridulce, que se halla en el justo medio entre lo irónico y lo patético, alcanza su mejor momento con las apariciones de Marisol en la vida de Otto. Es el contraste entre el carácter oscuramente huraño del suicida en potencia y la luminosidad de un ama de casa felizmente casada, la cual está esperando a su tercer hijo. Un papel que sin duda en las manos de la Treviño resulta no sólo entrañable, sino memorable. Y es que la química que hay tanto entre los personajes como con el propio director resulta evidente. Y para bien de la historia.
En este sentido Mark Foster no tiene ningún empacho en permitirle a la Treviño que saque todo el arsenal de su temperamento latino. Sin azotarse, sin caer en la telenovela ni en la narco serie. Es un tono actoral muy bien definido, casi teatral, que conecta ampliamente con un espectador como el mexicano. Tal parece que por fin los gringos han logrado desenmarañar el misterio del gusto latino; pareciera que cada vez tienen más claro cuáles son los resortes que mueven a un público, que a diferencia del público sajón, adora el melodrama.
Con un presupuesto de 50 millones de dólares y un elenco “incluyente”, Un Vecino Gruñón es una película que se centra en la fragilidad humana. Su historia, basada en la tragedia de perder lo que más se ama, habla también sobre la vejez y la soledad. Y de cómo, para algunos, continuar en este mundo puede llegar a ser algo insoportable. Es al mismo tiempo una reflexión sobre la alegría de estar vivo y sobre el amor entre las personas. Sin importar que sean sólo los vecinos.
Es curioso que en sus dos últimas películas como protagonista, Tom Hanks encarne personajes solitarios y decadentes, cercanos a la muerte. En 2021 protagonizó Finch, la fábula conmovedora de un científico, un superviviente del apocalipsis, quien junto a su perro y un robot tratan de llegar a San Francisco a bordo de una vieja casa rodante. En el camino Finch encuentra su destino final.
En cuanto a la Treviño, con Un Vecino Gruñón su carrera como actriz da un salto insospechado. Una carrera que inició en el Neighborhood Playhouse School of the Theatre en Nueva York y continuó con obras como Words, Words, Words y Homegirls on the Prowl.
Es muy probable que la volvamos a ver en otras películas hollywoodenses o en el teatro de Broadway. Y es que la Treviño es de esos casos, sumamente raros, en los que el actor, tras años de andar taloneándole, termina por crear una especie de personaje de sí mismo. Un personaje casi universal, con un rango de emociones tan amplio, que encaja en casi cualquier película, sin que importe el género o la historia. Lo único que habría que lamentar respecto a ese tipo de “actores-personaje” es que si bien, suelen ser estupendas comparsas, pocas veces son considerados por productores y directores para interpretar un papel protagónico. En el caso de la Treviño, ellos se la pierden.