Televisa, vía Videocine, se empeña en producir comedias románticas con sus actores de batalla. Y para muestra, el pasado 26 de enero se estrenó “Infelices Para Siempre”, en efecto, una comedia romántica ‑y mortalmente aburrida‑ dirigida por Noé Santillán López. La producción echó mano de Adrián Uribe y Consuelo Duval, la pareja estelar de “La Hora Pico”, en su intento por pegar el taquillazo. Y se salieron con la suya, pues en su primer fin de semana la cinta recaudó más de treinta millones de pesos en salas de cine.
Las panorámicas iniciales de la película, en las que se muestran el desierto y el mar de Sonora, acompañadas de ráfagas de música new age, nos hacen olvidar por un instante que lo que estamos a punto de ver es una comedia romántica producida por Videocine. Desgraciadamente la secuencia que nos recetan a continuación nos confirma que así es. En ésta vemos a Alfredo y a María José (los protagonistas) cuando eran jóvenes y se amaban apasionadamente. Nos los presentan muy guapos y muy sonrientes, hasta parecen modelos argentinos en anuncio de pasta de dientes. En la siguiente escena los vemos veinte años después, totalmente cambiados. Ahora son dos personas resignadas e indiferentes, que están hasta la madre de verse las caras todos los días. El humor que pudiera generar el contraste entre una escena y la otra es lo más rescatable de una comedia que lo único que no provoca es risa.
Para recuperar su billete, los productores le apostaron a lo seguro: reclutaron a dos figuras del Canal de las Estrellas, las cuales alcanzaron la popularidad partir de su presencia en La Hora Pico, un programa de comedia que basaba su humor en el albur y el doble sentido, y por supuesto en la habilidad de los actores para improvisar. En el caso de Infelices Para Siempre queda claro que el director buscó desmarcar a sus actores de todo aquello que habían hecho para la televisión. Les pidió dejar de lado el chacoteo en pos de lograr cierto dramatismo, de tal suerte que ni la picardía del doble sentido, ni la espontaneidad de la improvisación, están presentes en la cinta. El resultado es monotonía pura. De esa que arranca bostezos.
De pronto es como estar viendo un sketch interminable de “El Vítor” y “La Nacaranda” haciéndose pasar por Alfredo y a María José, un matrimonio de clase media que no logra despertar mayor simpatía. Que no prende. Y como el guión tampoco se ocupa de profundizar en la vida de ambos, el relato termina por convertirse en un auténtico ladrillazo. Cómo estará la cosa, que la comicidad recae casi exclusivamente en las puntadas del Dr. Orozco (interpretado por Ari Telch), un médico adicto a los chochos, que siempre anda hasta la madre, y que no tiene otra función más que rellenar el tiempo en pantalla. Es el único personaje entrañable.
Licencias creativas
Según el guión de Miguel García Moreno y Adriana Pelusi, los hijos de Alfredo y María José les obsequian a sus padres unas vacaciones en un hotel de Punta Peñasco, Sonora, donde veinte años atrás la pareja ‑de recién casados‑ pasó su luna de miel. Sin embargo, un hechizo los condenará a vivir el día de su aniversario una y otra vez, una suerte de repetición interminable del hoy, que obligará a ambos a reflexionar sobre las razones que los llevaron a casarse. Ello como un antídoto para romper con el ciclo de las repeticiones, y una solución para revivir el amor casi extinto.
A partir de esta premisa cualquier cosa podrá ocurrir, por más disparatada, inverosímil o improbable que pudiera parecernos. Por ejemplo el hecho de que Alfredo se descubre de pronto como un magnífico electricista, capaz de reparar en dos escenas la instalación eléctrica de todo el hotel. O la secuencia en la que Alfredo y María José, de manera gratuita, son ayudados por un par de narcos a abandonar Punta Peñasco a bordo de una avioneta, pilotada por el actor Eduardo Yáñez, perseguida por la policía municipal, en medio de explosiones y balazos. La presencia de dicha secuencia no se explica, ni falta que hace, queremos suponer que algún ejecutivo de Televisa sugirió que la película estaba un poquito floja, por lo que había que meterle su toquecito de acción y suspenso. Pa luego es tarde.
Moral y políticamente correcta, Infelices Para Siempre es una comedia mexicana, como hay otras tantas, que no dice mucho y tampoco llega a entretener. Diera la impresión de que se trata de una película que se hizo de manera un tanto precipitada, sin el tiempo necesario para asegurar una mejor calidad en términos técnicos. Y es que si hay algo que no se puede ocultar en la pantalla grande son los errores de continuidad y las tomas fuera de foco (imagen borrosa). Eso además de la animación por computadora, un tanto inverosímil, que se usó en la postproducción para complementar ciertas escenas.
Ya se la saben
Con millones de pesos en marketing y publicidad como telón de fondo, el filme se perfila como uno de los machuchones de la cartelera cinematográfica. Tan sólo en su primera semana de exhibición se convirtió en el lanzamiento del cine mexicano más taquillero de los últimos años, con más de seiscientos mil espectadores. Con ello queda claro que no pasará mucho antes de que volvamos a ver, no una, sino varias comedias del mismo corte. Ni modo. Si la fórmula funciona, ¿para qué cambiarla? También habrá que ver Que Viva México, la muy sonada cinta del director Luis Estrada (La Ley de Herodes, 1999), esa que según el propio Estrada, significa toda una apuesta cinematográfica, tanto en términos creativos como en su estrategia de distribución. Quizá resulte tan polémica como lo fue en su momento La Ley de Herodes, o quizá no tanto. Los tiempos han cambiado. A lo que sí podemos apostarle es que se trata de una comedia inteligente, aguda, bien armada, que al menos no despertará en el espectador ese deseo incontenible de apersonarse en la taquilla del cine, para exigir que le devuelvan la feria que pagó por su boleto.