Después de la marcha fifí, ahora viene la contramarcha, o como dicen los conservadores, la marcha de la venganza. Todo se perfila para que este domingo AMLO llene la plaza del Zócalo. Aunque ello cueste sudor, lágrimas y acarreados. Llama la atención que hasta ahora el Ejército Mexicano no se haya pronunciado al respecto. Hoy no sabemos con claridad si los militares están a favor de la reforma electoral o en su contra. Lo cierto es que cada día parece más difícil seguir nadando de a muertito en medio de un mar embravecido.
Hace unos cuantos meses no había conferencia mañanera o inauguración presidencial en la que el Secretario Sandoval no apareciera ante cámaras y reflectores para hacer política. Más de uno especuló que en una de ésas, el general tenía ganas de apuntarse en la lista de las “corcholatas presidenciables” de López Obrador. Todo era cosa bonita. Pero la alegría duró muy poco. No tardaron en aparecer los “Guacamaya Leaks” con información confidencial acerca, nada menos, que del Ejército Mexicano; una bomba incendiaria que terminó por chamuscar los ánimos. Todo hace suponer que en ese momento alguien le sugirió al Secretario Sandoval que ya no saliera a placearse. Que lo mejor era permanecer atrincherado en el cuartel y guardar silencio, al menos hasta que el tiroteo se pusiera menos intenso. Total, si hay que salir a pelearse con la prensa chayotera y con la clase media todos los días, para eso están las mañaneras de Palacio Nacional.
Ese silencio que hasta ahora se ha mantenido por parte del Secretario Sandoval no puede durar por mucho tiempo. Tarde que temprano habrá que llegar a las definiciones. Basta imaginar qué hubiera pasado si durante la marcha del 13 de noviembre, el contingente fifí, en vez de doblar hacia el Monumento a la Revolución, hubiera seguido en línea recta hasta llegar al Zócalo. Y ya envalentonados, se hubieran abalanzado contra la Puerta Mariana con la intención de echarla abajo. ¿Qué habría hecho el Ejército? ¿Habría cargado contra la chusma fifí como lo hizo contra los estudiantes en Tlatelolco aquel oscuro 2 de octubre de 1968?
Cuestión de lealtades
Ha sido costumbre de la clase política mexicana, no sólo de este sexenio, sino también de los anteriores, que cada vez que un personaje del gobierno se ve envuelto en un escándalo, éste guarda silencio y adopta el bajo perfil. No se le vuelve a ver, ni se vuelve a saber de él o ella por un buen tiempo. Pero en el caso del General Sandoval eso es casi imposible. Por una sencilla razón: su Ejército está en todo. Son tantas las chambas encomendadas a los militares, que su exposición ante los medios y la opinión pública ha crecido como nunca antes. A diferencia de años atrás, en los que el Ejército pasaba desapercibido para la mayoría de los mexicanos, hoy son muchos los ojos que están pendientes de él. Guste o no, el país se ha militarizado a lo largo de varias décadas, y hoy la influencia del Ejército en el gobierno es enorme.
Cabría preguntarse con cuál de las corcholatas del presidente está el Ejército. ¿Dónde están sus simpatías? Si es que simpatiza con alguna de ellas. Pudiera ser que no. Pudiera ser que ni en Claudia Sheinbaum, ni en Marcelo Ebrard, ni en Adán Augusto López, la clase militar vea garantizada la continuidad de la política obradorista, que tanto los ha favorecido durante los últimos cuatro años. ¿Qué garantía tienen de que seguirá siendo así durante otro sexenio? Cada presidente mexicano en turno tiene su muy personal estilo de gobernar. Y de reconocer las lealtades.
En febrero de 1913 una fracción del Ejército se levantó en armas contra Francisco I Madero, Presidente de México elegido democráticamente. Durante la asonada, fueron los cadetes del propio Colegio Militar quienes escoltaron a Madero y lo protegieron durante su recorrido del Castillo de Chapultepec a Palacio Nacional (Marcha de la Lealtad). De poco sirvió tanta lealtad y tanta pirotecnia, días más tarde, tanto el presidente Madero como el vicepresidente, José María Pino Suárez, serían hechos prisioneros, para luego ser acribillados durante un tiroteo, por órdenes del general Victoriano Huerta. Ese día la lealtad faltó a su palabra de honor. Como consecuencia, Victoriano Huerta y su gabinete asumieron la presidencia, al tiempo que Venustiano Carranza, en ese momento gobernador de Coahuila, se lanzaba en rebelión contra los usurpadores.
Cuidado con el tigre
Un famoso general del Ejército Mexicano dijo alguna vez que de todas las virtudes que puede poseer un buen soldado, la lealtad es la más apreciada. Sobre todo por los gobiernos. En efecto, cualquier gobierno, por modesto o poderoso que sea, necesita forzosamente de la lealtad de su Ejército para poder existir. “Los principales fundamentos de todo Estado están constituidos por buenas leyes y buenas armas”, decía el sagaz Maquiavelo.
No hay fecha de no se cumpla. Y las elecciones habrán de llegar. Aunque hoy todo indica que Morena podría volver a llevarse la presidencia. Las cosas podrían cambiar. ¿Y si pierde contra la oposición? Inmediatamente, desde el poder, se alegaría que hubo fraude electoral. Por supuesto la oposición no lo iba a reconocer. Y entonces sí, el tigre saldría de su jaula embravecido. ¿Pero de qué lado estaría el Ejército? ¿Apoyaría al partido en el poder o le voltearía la espalda como lo hizo el general Victoriano Huerta con el presidente Madero?
¿Estás conmigo o estás contra mí? No hacen falta muchas palabras para contestar esa pregunta. Bastaría con que durante la marcha del próximo domingo, un regimiento de soldados del Ejército Mexicano, al igual que lo hicieron en su momento los cadetes del Colegio Militar con Madero, marcharan uniformados a lado de López Obrador en su camino triunfal hacia el Zócalo. Conociendo el ego monumental del presidente, no parece imposible que algo así pudiese ocurrir. ¿Será lo mismo después de 2024?