Lo mismo lo vimos en la Copa Mundial de Qatar cantando muy sonriente el Cielito Lindo con la porra mexicana, que haciendo todo tipo de maniobras para salvarle el pellejo al depuesto presidente autogolpista del Perú, Pedro Castillo. Desde el comienzo del gobierno de la 4T, Marcelo Ebrard ha sido el comodín, el apaga fuegos, el alfil del presidente.
Siempre moderado, pero ambicioso, el otrora patrocinador incondicional de AMLO, hoy se perfila como un serio dolor de cabeza tanto para su jefe, como para Claudia Sheinbaum, uno de sus oponentes en la lucha por ocupar la silla maldita.
Culto, refinado, eso sí, poco ocurrente a la hora de contar los chistes, pero siempre solícito para apoyar a su eterno jefe en cualquier situación, Marcelo Ebrard va sacando el colmillo poco a poquito. Tal vez las encuestas no le favorecen del todo, pero aquel que lo descarte como serio aspirante a gobernar México, no conoce su historia. Y es que si alguien ha sabido salir bien librado, aun de los trances más peliagudos, ha sido él. Para muestra lo ocurrido en junio de 2008, cuando siendo jefe de gobierno del Distrito Federal, Ebrard recibió una noticia que en ese momento hizo tambalear su carrera política.
Un operativo policíaco dentro de la discoteca News Divine, ordenado por Joel Ortega, en ese entonces secretario de Seguridad Pública, había provocado una estampida humana que dejó 13 muertos y otros tantos heridos. Tras la tragedia rodó la cabeza del propio Joel Ortega y de Guillermo Zayas González, coordinador del operativo. Pero Ebrard se mantuvo. Y no sólo salió absuelto de la bronca en términos mediáticos, sino que moralmente quedó como un jefe responsable y comprometido con la justicia.
Casi trece años después, el 3 de mayo de 2021, el fantasma del desastre volvería a aparecer. Esta vez el tramo elevado de la Línea 12 del Metro de CDMX, entre las estaciones Tezonco y Olivos, se desplomó. El saldo: 23 fallecidos y más de setenta heridos. La que fuera una de las principales obras de transporte del gobierno de Ebrard había colapsado. Nuevamente, el ahora canciller de Relaciones Exteriores, mostró su músculo político y no fue tocado.
Un güero entre los morenos
Cuesta trabajo creer que un político que se autoexilió durante seis años de su vida en París a todo lujo, simpatiza ciegamente con la causa de los pobres. Eso de “primero los pobres” nomás no cuadra en el caso de Ebrard. Ese eslogan se ajusta más a alguien como Claudia Sheinbaum, quien ha demostrado una y otra vez su lealtad a la filosofía presidencial. Ebrard no es hombre de ideales imposibles, es más bien un hombre pragmático y calculador. Alguien que siendo presidente, difícilmente se pondría la mano en el corazón para meter a la cárcel a cualquiera que represente una amenaza para su gobierno. Incluido López Obrador.
Visto así no es casualidad que la favorita del presidente, para sucederlo en el cargo, sea la actual jefa de gobierno. En ella están sus esperanzas de que Morena no sólo se mantenga en el poder, sino que además le dé continuidad al movimiento de la 4T. En efecto, Ebrard no pareciera ser el favorito del presidente. Basta ver el trato que recibió durante la marcha. Adelante iba el presidente, cual mesías tropical, acompañado de Claudia y Adán Augusto. A Marcelo lo dejaron más atrás, con la prensa y los matraqueros. A estas alturas Ebrard ya debería saber que su oportunidad de ser candidato a la presidencia en 2024 no está con los morenos, sino en la oposición. Con los güeros conservadores y rapaces. Claro que no es el único que ve en el PRIAN y asociados su pase a la Grande. Hay otros, como Ricardo Monreal, y una larga lista de suspirantes.
Todos coludos o todos rabones
En días recientes, Ebrard mencionó que antes de realizar alguna encuesta por parte de Morena para definir quién será el candidato presidencial, debía haber un debate entre los aspirantes para que la gente conociera la propuesta de gobierno de cada uno. La cosa no quedó ahí, sugirió también que los aspirantes deberían separarse de su cargo antes de que inicie el desgreñadero por el poder, de manera que haya piso parejo para todos. Con esta jugada el exjefe de gobierno manda varios mensajes y pone en aprietos tanto a Claudia Sheinbaum como al propio López Obrador, pues los obligaría a ceñirse a las reglas de un juego que podrían perder. Cuanto más se acercan las elecciones presidenciales de 2024, más incómoda resultará la presencia del canciller Ebrard en los círculos de Palacio Nacional.
Si dicho debate entre las corcholatas presidenciales se diera, sería muy interesante escuchar cómo imagina cada uno el próximo sexenio. ¿Continuará la política de abrazos y no balazos? ¿El sistema de salud como el de Dinamarca seguiría siendo la promesa del sexenio? ¿El Ejército continuará recibiendo miles de millones de pesos por parte del gobierno sin rendir cuentas? ¿Seguirá siendo la lealtad algo mucho más valioso que el conocimiento y la capacidad intelectual? ¿Los duendes seguirán haciendo de las suyas en el Congreso? ¿Continuará el show cómico-mágico-musical de las mañaneras?
¿Cómo saberlo? Cada cabeza es un mundo y cada uno hace del poder su propia religión. Lo que es indudable es que independientemente de quién quede como presidente, sea de Morena o de la oposición, éste recibirá un país en llamas. Por alguna razón a los mexicanos nos gusta creer que después de que un presidente termina su mandato, su sucesor será
quien, ahora sí, como por arte de magia, solucione todos nuestros males. La llegada de un nuevo sexenio se parece mucho a la llegada de una nueva Copa Mundial de fútbol. En ambos casos la esperanza de que todo mejore es enorme. Y al final… Puras vergüenzas. Ay Marcelo, tan cerca del poder y tan lejos de la presidencia.