Diez militares muertos y 35 heridos; un número indeterminado de sicarios abatidos; más de doscientos autos secuestrados y decenas incendiados; saqueos a tiendas departamentales y bloqueos en todas las entradas a Culiacán. No, la captura de Ovidio Guzmán dista mucho de haber sido operación “limpia”; es en todo caso una muestra escalofriante de lo que puede ocurrir cada vez que este gobierno, y el que llegue en 2024, pretenda cambiar los abrazos por los balazos.
Sun Tzu, el general y filósofo chino que escribió uno de los tratados de estrategia militar más importantes de todos los tiempos, solía decir: “Quien sabe resolver las dificultades, las resuelve antes de que surjan. El que se destaca en derrotar a sus enemigos, triunfa antes de que se materialicen sus amenazas”. El pensamiento de Tzu es más que elocuente y aplica a la perfección con lo ocurrido en el segundo culiacanazo. Y es que si bien, la tropa y la Fuerza Aérea fueron certeros a la hora de la refriega, los altos mandos actuaron erráticamente en la planeación de la captura. No se adelantaron. Al menos no lo suficiente.
Ya les había pasado en 2019. Quizá ahora les ganaron las prisas por la llegada del presidente Biden y su comitiva, pero al igual que en el primer culiacanazo, la estrategia del Ejército para sacar a Ovidio de Culiacán fue usar el aeropuerto, sin antes ocuparse de bloquear las salidas y entradas de la ciudad; cosa que sí hizo la gente de El Ratón. Ahí comenzó el polvorín. Si el Ejército hubiera tenido el control, muy probablemente los enfrentamientos en la ciudad no se habrían dado con tal fiereza; los chingadazos habrían sucedido en la carretera, en las brechas. No en las avenidas.
Nadie pensó en una operación que pudo evitar bloqueos e incendios, como la de llevar a Ovidio en helicóptero, no al aeropuerto de Culiacán, sino al aeropuerto de la base aérea militar de Santa Gertrudis, Chihuahua, a una hora y media de vuelo. Un lugar casi inexpugnable, en medio del desierto, donde no hay población civil. Una vez ahí, el traslado del detenido a Chilangolandia hubiese ocurrido sin un solo disparo. Basta imaginar lo que habría pasado si uno de los plomazos que fueron disparadas en el aeropuerto de Culiacán, y que cayeron por igual sobre un avión de la Fuerza Aérea, que sobre un avión de Aeroméxico, hubiese alcanzado alguna de las turbinas…
Daño colateral
Ante tantas dudas por parte del Ejército, no debía sorprender que uno de sus helicópteros abriera fuego, por error, en contra de los policías estatales que custodiaban al subsecretario de seguridad pública de Sinaloa; sólo hay que escuchar el audio en el que una voz aterrada le pide al despachador que le indique a la tripulación del helicóptero que ya no les disparen. “No deja de tirar a la v… Este pinche helicóptero no deja de tirar…”
Eso que se vivió en Culiacán es un ensayo de cómo podrían responder los cárteles mexicanos si el gobierno de la 4T se decidera emprender una campaña para descabezarlos. ¿Cómo se pondrían las cosas en Zacatecas o en Michoacán, o en Tamaulipas o Guerrero? La respuesta sería feroz. Incontrolable. ¿Quién no pelaría a sangre y fuego antes que soltar su tajada? Son otros tiempos, muy distintos a los años del PRI. Los años de la disciplina totalitaria. Con “la dictadura perfecta” cada uno sabía cuál era su papel dentro de la película y cuáles eran los límites. Y el que se atrevía a brincarse las trancas, pagaba cara su osadía. Era el Estado quien fijaba las reglas del juego, y eso incluía al narcotráfico en cualquiera de sus modalidades. Había abrazos para los que cooperaban y balazos para los malcriados. Hoy es muy distinto. Hoy la maña ya no le teme a la fuerza del Estado, y por lo tanto ya no le interesa negociar con él.
Pónganse de acuerdo (háblense)
El Presidente y el Ejército llegaron a la mañanera con dos versiones distintas de una misma historia. En una, Ovidio fue detenido, casi al azar, como parte de una revisión de rutina. En la otra, su captura fue resultado de un arduo trabajo de inteligencia militar de más de seis meses. ¿Cuál de ambas versiones se ajusta más a la verdad? Quién sabe. Aunque eso del arduo trabajo de inteligencia, como que no suena muy convincente, tomando en cuenta que todos en Culiacán, excepto el Ejército por supuesto, sabían dónde vivía Ovidio. Si nomás era cosa de que preguntaran. Como pudo, el general Sandoval, capoteó la tempestad y respondió las preguntas de la prensa; no olvidó hacer un reconocimiento a las corporaciones que participaron en el operativo. Sólo que en su lista no figuró la Marina por ningún lado. ¿Será que el Ejército y la Marina no se hablan?
Por lo pronto, según una encuesta hecha por Enkoll para el periódico El País, tras la detención de Ovidio, 83 por ciento de los mexicanos asegura que hoy confía “mucho” en el Ejército. Mientras que a la pregunta de: “¿Usted considera que el operativo para la detención de Ovidio Guzmán es un éxito, o un fracaso?”, 67% de los mexicanos dijeron que fue un éxito; cifra que contrasta con 51%, cuando los que respondieron la misma pregunta son vecinos de Culiacán, que fue el escenario de la batalla. Una cosa es ver los toros desde la barrera y otra muy distinta es estar en el ruedo.
Hay muchas maneras de leer los números de dicha encuesta, una de ellas es que los mexicanos piden a gritos un cambio en la estrategia de seguridad implementada hasta ahora por el gobierno. Pareciera que los mexicanos están de acuerdo con una estrategia de mano dura. Sí, sólo que ya vimos lo que puede costar un cambio de ese calibre. Significa abrir la Caja de Pandora y dejar salir a los demonios. ¿Están dispuestos la 4T y el pueblo a pagar esa factura?