La voz del cácaro | “Bardo” Falso Documental de Unos Cuantos Demonios – El Sol de Sinaloa

Para hablar de Bardo, la más reciente película de González Iñárritu, primero habría que aclarar que la película no pertenece al género de ficción en sentido tradicional del término. Más bien se trata de un falso documental de sí mismo, en el que Iñárritu se desnuda, y en contubernio con el personaje de Silverio Gama, su alter ego, pinta un retrato de lo que han sido los últimos veinte años en su vida personal. Una vida marcada por miedos, traumas, insatisfacciones… Y sobre todo marcada por la terrible carga que representa el éxito, y el tratar de preservarlo a toda costa.

Valerio Gama (Daniel Giménez Cacho) es un tipo desaliñado; el pelo revuelto, la barba crecida, la vestimenta siempre de negro. En la mirada tristona, el cansancio y el hastío. Es la viva imagen de un hombre de la clase media que ya está harto de todos y de todos. Eso sí, es un tipo exitoso, tanto como podría serlo el propio Iñárritu. Sólo que a diferencia de Iñárritu, Valerio no es un director de películas de ficción, sino un aclamado documentalista, cuya obra le ha valido que le organicen un reconocimiento en México, a donde tiene que regresar, tras haber pasado los últimos veinte años viviendo en Los Ángeles, con la chicanada.

Los demás personajes del relato están conformados por la propia familia de Valerio, es decir, su esposa y sus dos hijos adolescentes. Y también por Mateo, el hijo primogénito, que nació y murió a las treinta horas de vida. Es ahí donde comienza el relato de las penurias de Valerio. Con ese hijo que le fue arrebatado por el destino, y cuya partida nunca logró superar. Y de ahí pal real. Iñárritu se explaya y uno a uno trata de exorcizar sus propios demonios, con mayor o menor fortuna, metido en la piel de Valerio. Y es que no se trata sólo del hijo muerto, sino del hecho de haberse convertido en migrante para poder ganarse la vida en un país que no es el suyo. Un mexicano más en Gringolandia. Un lugar donde ni siquiera le reconocen que es “su casa”. Aunque pague impuestos.

El éxito es un perro feroz

Pero más allá del discurso personalísimo, y a veces salpicado de frases trilladas, está la forma utilizada por Iñárritu para narrar el cuento. El director recurre a una serie de metáforas visuales, buscando conmover. Algunas inquietantes, otras surrealistas, como cuando Lucía, la esposa de Valerio, da a luz y el médico de parto introduce de nuevo al recién nacido en el útero de Lucia, alegando que el niño no parece tener muchas ganas de querer estar en este mundo. O cuando, sobre una pila de cadáveres de indígenas desnudos y amontonados en la plancha del Zócalo, que recuerdan las fotografías de neoyorquino Spencer Tunick, Valerio tiene un encuentro con Hernán Cortés, el despiadado conquistador. Si bien, la intención de la escena es que Valerio confronte a Cortés por las atrocidades cometidas por los españoles durante la Conquista, todo queda en una serie de reproches light. Al final de dicha escena, con una puntada de humor agridulce, que más que arrancar sonrisas, desconcierta al espectador, los cadáveres abren los ojos y se levantan de sus lugares, quejándose de lo incómodo de sus posiciones y de que ya están cansados de estar posando.

Pero es el éxito lo que realmente obsesiona al personaje de Valerio. Es lo que lo tiene flaco, ojeroso y exhausto. De tanto buscar el éxito, cuando por fin ha dado con él, no es lo que esperaba. El éxito termina por ser una pesada carga, una responsabilidad que desgasta y saca canas, que consume los años. “Al éxito hay que probarlo sólo por un momento, y luego hay que escupirlo. Porque mucho éxito envenena”, le recuerda su padre a Valerio cuando uno y otro se reencuentran en el baño del California Dancing Club. El momento en el que Valerio baila en medio de la pista del California está cargado de una emoción genuina. Por un momento deja de sentir culpa de que el éxito haya llegado a su vida. Lo acepta y lo goza a plenitud. Aquí Iñárritu parece hacer una analogía con lo que debió haberle ocurrido en aquel 2014, durante la fiesta posterior a la entrega de los Oscar, cuando Birdman se llevó la noche con tres premios de la Academia, por mejor película, mejor director y mejor guion original.

Valerio comparte ciertas similitudes con el personaje de Pink, el protagonista de The Wall (Alan Parker, Reino Unido, 1982). Mientras que The Wall relata la existencia atormentada de una estrella de rock, Bardo lo hace con un documentalista igualmente famoso y aclamado. Ambos personajes pertenecen a esa clase de bichos raros, que a pesar de poseerlo todo, viven en la eterna insatisfacción. En el caso de Valerio, éste transita por los límites de la realidad, la memoria, los sueños y su propia obra. Y al final resulta una figura entrañable, interpretada soberbiamente por Daniel Giménez Cacho, quien atraviesa por uno de sus mejores momentos.

En cada vida hay un documental

Luego de ser proyectada en la Mostra de Venecia, el crítico del New York Times, David Kher, calificó a Bardo como una película con un desenfrenado ego, que no se la desearía ni a su peor enemigo. En su miopía de periodista de cine, Kher no pudo darse cuenta de que Bardo es mucho más que sólo egocentrismo. Es la búsqueda de innovar, de retratar la experiencia humana desde un ángulo distinto. De atreverse a proponer, aunque en ello vaya el prestigio de por medio. Esa es la única forma de competir en un mundo feroz y despiadado, como el de Hollywood. Y eso, tanto Iñárritu como Cuarón y Del Toro, lo saben muy bien. Sí. El éxito desgasta, pero desgasta más tratar de mantenerlo. Si cada uno pudiéramos hacer un documental de nuestras propias vidas, ¿qué mostraríamos? ¿Desnudaríamos ante el público nuestras miserias o sólo dejaríamos ver la mejor versión de nosotros mismos? ¿Lo haríamos por medio de imágenes surrealistas o recurriríamos sólo a la veracidad? Quién sabe. Lo que es cierto es que como terapia de psicoanálisis, resultaría fenomenal.

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