No va a ganar la Palma de Oro en Cannes, tampoco un Oso de Oro en Berlín, pero eso sí, cumple su cometido eficazmente, es decir, mantiene al espectador al filo de la butaca la mayor parte de los ciento y tantos minutos que dura el cuento. Y vaya que lo logra. Con un guión coescrito con Jonathan Frank, el director Scott Mann ha estrenado en salas mexicanas Vértigo, un thriller con notas de terror, con una gran calidad técnica y una edición a mil por hora. Una historia impredecible y un par de personajes desabridos a 600 metros de altura. Cine simple para espectadores con nervios de acero.
Hay películas en las que la línea que separa el género del thriller del género de terror es sumamente delgada. ¿Dónde termina el suspenso y dónde comienza el miedo? En Hollywood esa pregunta encuentra su respuesta en cintas que han sabido hilvanar hábilmente un género con el otro. Se trata de un cine con características bien definidas, por ejemplo el recurso de contar historias con sólo uno o dos personajes, eso sí, llevados al límite de sus fuerzas y su inteligencia por un enemigo colosal: la furia de la Naturaleza. De las cintas que se han hecho con una fórmula similar, hay varias que destacan por su feroz dramatismo, entre ellas Miedo Profundo (Jaume Collet-Serra, 2016). La historia de una surfista que inesperadamente es atacada por un tiburón blanco y logra permanecer sangrante fuera del agua, agazapada sobre un montículo de piedra, a merced del tremendo monstruo. Sin duda la experiencia es aterradora.
Algo parecido sucede con Vértigo, sexto largometraje del británico Scott Mann, un realizador con un buen camino andado en el cine de acción. Con ese colmillo más que retorcido, Mann y su director de fotografía, Miguel Olaso, sólo necesitan dos personajes protagónicos y una kilométrica torre de televisión en desuso, de 600 metros de altura, para sacarnos un buen susto. La primera secuencia de la cinta nos pone a tono. Durante el ascenso por la ladera escarpada de una montaña, tres escaladores (Dan, Becky y Hunter) se ven envueltos en un accidente en el que Dan (el marido de Becky) se despeña y pierde la vida.
Casi un año después del incidente, Hunter va a buscar a Becky, la viuda deprimida, quien para ese momento se ha convertido en una borrachilla a la que además le encantan los chochos. Como una forma de sanar el trauma y la depre, Hunter la convence de subir juntas hasta la punta de la torre abandonada en medio del desierto, para desde ahí, esparcir al viento las cenizas de Dan. Pan comido para dos escaladoras con experiencia. Todo va de maravilla durante el ascenso, pues no tienen más que trepar por una vieja y herrumbrosa escalera de metal. Pero una vez arriba, la vida se convierte en una pesadilla.
Angustia en las alturas
La frágil escalera no tarda en colapsar, dejando a Becky y a Hunter atrapadas en la punta de la torre, sobre un rellano, a 600 metros del piso. Aquí es donde el suspenso y el terror se funden fugazmente con el drama, pues bajo los rayos inclementes del sol del desierto, Becky descubre de que su “amiga” Hunter tenía sus queveres con su amado Dan. Al ver tal iniquidad, el espectador de buen corazón, no siente más que unas ganas incontenibles de lanzar a Hunter al vacío. Por canija.
Mientras Hunter recibe sus dosis de justicia divina, una serie de incidentes angustiantes nos roban el aliento y la paz; desde el intento de la propia Hunter por rescatar su mochila, la cual permanece colgada de una antena en forma de plato 15 metros más abajo, hasta la decisión de Becky de ascender al punto más alto de la torre para cargar la batería de un dron que podría salvarles la vida, sin descontar a un par de zopilotes que revolotean amenazantes, en espera de que alguna de las dos se convierta en su cena. Algo así como el monstruoso tiburón blanco que se la pasa acechando al personaje de Nancy Adams en Miedo Profundo.
Tanto el uso de la cámara como la edición de imagen y el diseño sonoro de Vértigo logran una calidad sobresaliente. Si bien muchas de las imágenes que vemos, fueron resueltas dentro de un foro cinematográfico con una pantalla verde (green screen), lo cierto es que en ningún momento el truco se deja ver. Lo mismo ocurre con los efectos especiales y la animación digital, los cuales están presentes en las escenas de mayor dramatismo, como cuando uno de los zopilotes arremete contra una Becky delirante, tras pasar dos días y dos noches de suplicio, encima de aquella torre infame. Acaso uno de los momentos más inquietantes de la historia llega cuando guionista y director le dan un último giro a la trama, y sorprenden con el hecho de que debido a su estado delirante, Becky cree ver a Hunter, y hasta habla con ella, sin darse cuenta de que en realidad Hunter ha muerto, y yace despatarrada sobre la antena en forma de plato con el cuello roto.
Tres millones de dólares de presupuesto
Vértigo es ese cine comercial de bajo presupuesto, que va directo a la entraña, sin otra intención que hacer taquilla a partir del morbo y ese gusto secretamente culposo por la adrenalina. Sin duda a los gringos y a los asiáticos les quedan bien esa clase de historias. Historias donde se pone a prueba el instinto de supervivencia de los personajes, los cuales pierden relevancia, comparados con las tremendas situaciones ‑que muchas veces escapan a la lógica‑ por las que tienen que atravesar para obtener su redención.
Otro ejemplo del tipo de cine que se puede lograr con un presupuesto moderado y una buena idea. ¿Será que en su afán de llevar espectadores a las salas, el cine mexicano termine por producir cintas parecidas?