Una de las 20 reformas aprobadas en la sesión de “la noche de Xicoténcatl”, los días 28 y 29 de abril pasado, después de que la oposición en el Senado de la República tomara la tribuna, fue la modificación de los artículos 55 y 91 de la Constitución. Se trata de una reforma con una alta legitimidad legislativa, pues en la Cámara de Diputados fue aprobada por 438 votos de todos los grupos parlamentarios.
En el primer artículo modificado se busca la disminución de la edad con la que deban contar las personas para ser diputados o diputadas federales, pasando de los 21 a los 18 años de edad. En el caso del segundo artículo modificado se trata de disminuir de 30 a 25 años la edad mínima para ser secretario de Estado.
En la discusión y análisis del tema se estudiaron varias constituciones del mundo al respecto y se encontró que ya en diversos países la edad mínima para ser legislador es de 18 años. Constituciones de países como Alemania, China, Bolivia y Ecuador, por mencionar cuatro grandes y, naciones chicas de tres continentes, ya contienen esta disposición.
Actualmente, en México la población de entre 18 y 21 años es de aproximadamente 8 millones de jóvenes, mientras que los que tienen entre 20 y 30 años son alrededor de 19 millones de personas. Esto resulta relevante por la gran cantidad de jóvenes a los que va dirigida esta reforma. Y, para darnos una idea, en la actual legislatura llegaron 27 personas (de 500), a ocupar una diputación con menos de 30 años; 13 son de Morena, 4 del PAN, 4 del PRI, 3 del Partido Verde, 2 de MC y 1 del PRD.
Para comprender el espíritu de esta reforma hay que tener en cuenta de dónde venimos: en el siglo XIX había restricciones que hoy nos suenan obsoletas, pero que en ese entonces eran perfectamente normales. El derecho a ser votado estaba acotado a los que tuvieran capital, propiedades y “buena reputación”. Y no debemos de perder de vista que todavía hace menos de cien años solo los hombres podían postularse a cargos de elección popular. Con esta reforma se le da continuidad a la ampliación de los derechos políticos de los jóvenes; no solo se trata del derecho a votar, sino también y, sobre todo, del derecho a ser votado.
Con esta reforma se refresca y se eleva la calidad del debate de los asuntos públicos ya que las nuevas generaciones jóvenes son más sensibles y comprometidos con la agenda progresista de la defensa y cuidado del medio ambiente; también construyen día a día la conciencia ecológica y el combate al cambio climático. No olvidemos que Greta Thunberg empezó con fuerza su activismo medioambiental a los 15 años. La protección a los animales y el reconocimiento como seres sintientes es una convicción y tarea permanente de nuestras juventudes. No digamos la aceptación de la diversidad sexual y la defensa de los derechos de las comunidades LGBT+ y la legalización de las drogas blandas, constituyen un programa de transformaciones que debe llegar para quedarse en el Congreso de la Unión mexicano, sin intermediarios. La reforma contribuye, sin duda, a mejorar el relevo generacional en la política y en la administración pública, pues los jóvenes acumularían más experiencia desde temprana edad.
Se ha manifestado también que reducir la edad para ocupar una secretaría de Estado, de 30 a 25 años, no tiene razón de ser, pero en la historia de nuestro país existen importantes ejemplos de personas que han tenido encargos de primera importancia desde temprana edad. El escritor Manuel Payno, por ejemplo, destacada figura del siglo XIX, tuvo cargos importantes en la Secretaría de Hacienda desde los 20 años; el gran Matías Romero, quien acompañó a Juárez en la Guerra de Reforma y en la de Intervención, fue nombrado secretario y consultor jurídico de la Legación Mexicana a los 25 años, y a los 26 fue enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en los Estados Unidos.
México vive un gran momento histórico, de transformaciones de la vida pública, sumamente propicio para darle impulso a nuestra juventud. Confiemos en su mayor influencia en el presente y futuro. Es tiempo de cerrarle el paso a la demagogia política, a ese discurso juvenilista que ha hecho de este grupo etario solo carne de cañón en las campañas electorales. Necesitamos que más jóvenes expongan de “viva voz” cuáles son sus necesidades, sin intermediarios; urge que avancemos, aún más, en dejar atrás el estigma que ha predominado en el trato hacia la juventud.
La actual reforma abre las oportunidades reales para la elección de 2024. Hechos son amores y no buenas razones.