“A los hombres públicos que han hecho bien a su siglo se les debe hacer la justicia de considerar el punto del cual partieron, para ver mejor los cambios realizados por ellos en su patria. La posteridad les debe un eterno reconocimiento por los ejemplos dados, aun cuando hayan sido sobrepasados. Esta justa gloria es su única recompensa”. El amor a esta gloria, y no al poder mismo, es lo que inspiraba –en este elogio de Voltaire* que, en palabras de José Gaos: “la historia de la cultura, de la vida humana, se inicia, decisivamente en todo caso, con El siglo de Luis XIV de Voltaire”- al llamado “Rey Sol”, a Luis XIV, cuyo reinado de 72 años es considerado el período más brillante de la historia política, económica, militar y literaria de Francia y el principio del movimiento humanista de la Ilustración.
En la época entre los siglos XVII y XVIII en Europa, Luis XIV fue un monarca poco común. Un rey que creía en las bondades de la intervención del Estado, si bien centralizado, para la buena marcha del reino. “Buen padre, buen soberano, correcto en público, laborioso en el gabinete, exacto en los asuntos de Estado, pensó con sensatez, habló bien, y fue amable con dignidad”, lo juzgaba de esa manera el mismo Voltaire.
El “Rey Sol” instauró una monarquía absoluta, pero eso no fue óbice para que especialmente en economía, el reinado de Luis XIV fuera notable. No designó ni a amigos ni a lacayos serviles, sino a súbditos (recuérdese, era una monarquía) preparados para las disciplinas y cargos que se les confiaban. A su llegada al poder, tuvo el acierto de designar –en finanzas- a quien sería su ministro más importante, Jean-Baptiste Colbert, con quien los ingresos de la corona se triplicaron bajo su gestión, con una política inteligente en cuanto a fortalecer el comercio del país y la política impositiva. Voltaire apunta que: “apenas Colbert, después de la caída de Fouquet, restableció el orden en las finanzas, el rey devolvió todo lo que se debía por concepto de impuestos desde 1647 hasta 1656… Se suprimieron derechos onerosos por quinientos mil escudos anuales […] Los grandes caminos –hasta entonces impracticables- no se volvieron a descuidar, y poco a poco se convirtieron en lo que son actualmente: la admiración de los extranjeros… Los caminos construidos por los antiguos romanos eran más duraderos, pero no tan espaciosos ni tan bellos […] El genio de Colbert se ocupó principalmente del comercio, muy poco cultivado, cuyos grandes principios no eran conocidos. Los ingleses, y aún más los holandeses, hacían con sus barcos casi todo el comercio de Francia. Los holandeses, sobre todo, cargaban en nuestros puertos los productos del país y los distribuían en Europa. A partir de 1662, el rey comenzó a eximir a sus súbditos de una contribución llamada derecho de flete, que pagaban todos los barcos extranjeros, y dio a los franceses amplias facilidades para que transportaran sus propias mercaderías con menores gastos. Así nació el comercio marítimo […] Los puertos de Dunkerque y de Marsella fueron declarados francos, ventaja que atrajo el comercio del Levante a Marsella, y el del norte a Dunkerque.”.
Luis XIV fue un monarca absoluto, pero veía más por el bien y el engrandecimiento de su país y del Estado francés y menos por mirarse el ombligo o encerrarse en cuanto a las políticas económicas. Promovió el intercambio comercial y la apertura económica al exterior. “En 1664 –relata Voltaire- se organizó la compañía de las Indias occidentales, y la de las grandes Indias se estableció el mismo año. Antes de esa época, el lujo de Francia era necesariamente tributario de la industria holandesa. Los partidarios de la antigua economía tímida, ignorante y estrecha, protestaron en vano contra un comercio en el que se cambia incesantemente el dinero –que no mermará- por artículos de consumo. No reflexionaban que esas mercaderías de la India, convertidas en necesidad, se hubieran pagado más caras en el extranjero. Se envía a las Indias orientales más dinero en efectivo del que se retira de allí, por cuya causa Europa se empobrece; pero ese dinero viene del Perú y de México; son el precio de los productos que llevamos a Cádiz, y queda en Francia más dinero del que absorben las Indias orientales”.
Un gobernante absoluto, en el siglo XVII, pero con visión de estadista, pudo hacer eso. A diferencia de la demagogia nativista en un país como el nuestro, que en términos per cápita el producto interno bruto se ha contraído en este sexenio a niveles tan pobres que no se veían desde la década de los años 80 del siglo pasado. Un país con una violencia descontrolada, destruido su sistema de salud, con el gobierno poniendo todos los obstáculos imaginables al intercambio y al libre comercio y las inversiones, con indicadores que dicen (IMCO) que en 2020 se encontraba en pobreza multidimensional 43.9% de la población, es decir, 55.7 millones de personas, y en extrema 8.5%, equivalente a 10.9 millones de personas, donde el incremento en la carencia de acceso a la salud fue la que mostró un salto importante ese año, que pasó de 16.2% de la población en 2018 a 28.2% en 2020, a los hombres públicos que han propiciado este desastre no se les puede reconocer que han hecho bien a su siglo, como Voltaire le reconoció a Luis XIV, ni se les puede hacer justicia ni otorgarles ninguna gloria considerando el punto del cual partieron a su llegada al poder –un México con muchos y serios problemas, sí, pero sano económicamente y creciendo- y los cambios y resultados que hoy vemos en el país que ese grupo gobierna.
Ideas obtusas, demagogia, promesas y más promesas (incumplidas) y culpar de todas las deficiencias actuales al pasado, alimenta a los aplaudidores y a los fanáticos, pero ya no cuela para la mayoría de la población. Por eso, Voltaire comparó a Luis XIV con el emperador romano Augusto y calificó a la era de aquél como Le Grand Siècle, “El Gran Siglo”, como una “época eternamente memorable”: “Luis XIV era un espíritu más estricto y digno que agudo; por otra parte, no se le exige a un rey que diga cosas memorables, sino que las haga”.
*Voltaire, El siglo de Luis XIV, Fondo de Cultura Económica, México, 1996.