Ciudadano en la polis | Educación y progreso. Cuando el futuro nos alcance (ya lo hizo) – El Sol de Sinaloa

Para tener como país ventajas competitivas, la economía del conocimiento exige desarrollar aptitudes educativas y aprendizajes pertinentes en su población para poder insertarse en el mundo globalizado. Un teórico de la desigualdad, el economista francés Thomas Piketty* sostiene que “la experiencia histórica sugiere que el principal mecanismo que permite la convergencia entre países es la difusión de los conocimientos y que “ninguno de los países asiáticos que se han acercado a los países más desarrollados, ya sea Japón, Corea o Taiwán, o más recientemente, China, gozó de inversiones extranjeras masivas. En lo esencial, todos esos países financiaron por sí mismos la inversión en capital físico que requerían y, sobre todo, la inversión en capital humano -la elevación general del nivel educativo y de formación-, que son las que explican lo sustancial del crecimiento económico a largo plazo, como lo han demostrado las investigaciones contemporáneas […] Tanto Japón como Corea o Taiwán financiaron su inversión con su propio ahorro. Los estudios disponibles muestran también que la inmensa mayoría de las ganancias producidas por la apertura comercial resulta de la difusión de los conocimientos y de las ganancias dinámicas de productividad permitidas por la apertura, y no de las ganancias estáticas vinculadas con la especialización, que parecen ser bastante modestas […] Dicho de otra manera, los países más pobres alcanzan a los más ricos en la medida en que logran llegar al mismo nivel de conocimiento tecnológico, de calificaciones, de educación, en lugar de volverse propiedad de los más ricos. Este proceso de difusión de los conocimientos no cae del cielo: a menudo se ve acelerado por la apertura internacional y comercial (la autarquía no facilita la transferencia tecnológica), y depende sobre todo de la capacidad de los países para movilizar el financiamiento y las instituciones que permiten invertir masivamente en la formación de su población, al tiempo que se garantiza un marco legal previsible para los diferentes actores”.

El pasado lunes, Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, afirmó en la Cumbre sobre la Transformación de la Educación que se llevó a cabo en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, este 16, 17 y 19 de septiembre, que la educación está en una crisis profunda y que estamos llamados a transformarla: “Pese a que todos sabemos que la educación transforma vidas, economías y sociedades, hoy se está convirtiendo en la causa de una gran división en vez de propiciar esos cambios positivos”, y señaló que “si bien la pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto devastador en el aprendizaje en todo el mundo, esta crisis comenzó mucho antes y es mucho más grave. Los sistemas educativos no están a la altura y favorecen la memorización en el aprendizaje y la competencia por obtener mejores puntuaciones, además de que los programas de estudio a menudo son obsoletos y limitados, y los docentes están subcapacitados, infravalorados y mal pagados. Por otra parte, la brecha digital penaliza a los estudiantes más pobres y la falta de financiamiento es más grande que nunca”.

En nuestro país, la educación –como otras instituciones- ha sufrido con este gobierno un proceso de demolición y de desinterés alarmantes. Una desinversión que no se veía desde hace más de 10 años y un cambio curricular contrario a las tendencias educativas de vanguardia en el mundo. El Informe de Finanzas Públicas y la Deuda Pública de abril de este año mostró que, en el primer cuatrimestre, en medio de la reanudación de clases presenciales en varios planteles educativos, el gasto en educación reportó recursos ejercidos por 240,425 millones de pesos, lo que significó una reducción de 13.8% en comparación con el mismo periodo del año previo. De acuerdo con un análisis del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria, del gasto que se ejerció en el periodo 60% (144,255 millones de pesos) se destinó al pago de la nómina, mientras que apenas 2.3% (48,085 millones de pesos) fue a parar a la inversión física en educación. “En específico, la SEP ejerció

111,962 millones de pesos, esto es 29,572 millones de pesos menos que en el 2021. Además, la erogación de abril del 2022 fue 18,315 millones de pesos menor al gasto programado”, asentó la organización. Según los expertos, en esta nueva propuesta curricular educativa del gobierno, no hay rutas pertinentes y claras de aprendizajes y la pedagogía disciplinar se asocia con “una herencia neoliberal y eurocéntrica” (como dice el gobierno en su reforma) que limita al sistema educativo. Se desprecia la evaluación estandarizada para monitorear el sistema educativo y el logro de los estudiantes, limitándose así el cumplimiento del derecho a una educación de excelencia.

Por supuesto que mucho influye el tipo y la manera en que un Estado de Derecho eficaz incide en el crecimiento económico a través de una educación de calidad y de excelencia. Como lo sugiere Andrés Oppenheimer**, países de todas las tendencias políticas -desde la dictadura comunista de China, hasta la dictadura de derecha de Singapur, o las democracias como Corea del Sur, Taiwán, o Finlandia- que han prosperado mucho más que los países latinoamericanos en los últimos cincuenta años gracias a que le apostaron a la educación y a la innovación. Estos países producen cada vez más patentes de nuevas invenciones, que multiplican cada vez más sus ingresos y reducen cada vez más la pobreza. Ejemplo de ello se encuentra en lo que dispone la constitución de Corea del Sur (igual que Israel, Estonia, Japón, Singapur o Finlandia, países que también siempre están entre los primeros en los resultados de las pruebas PISA) donde los derechos de autor, las patentes e invenciones no solamente están protegidos por ley, sino que tienen rango constitucional. En 40 años Corea del Sur ha pasado de ser uno de los países más pobres y con mayor tasa de analfabetismo del mundo a convertirse en una de las principales potencias mundiales en economía y educación. Dice el artículo 22 de la Constitución coreana: “Todos los ciudadanos disfrutarán de la libertad de aprender y de las artes. Los derechos de los autores, inventores, científicos, ingenieros y artistas estarán protegidos por la ley”.

La innovación puede ocurrir en cualquier lugar, como dice la Oficina de Patentes y Marcas Registradas del gobierno de Estados Unidos (USPTO, por sus siglas en inglés), siempre y cuando en ese lugar coexista un ambiente de calidad educativa de la población y con la presencia de componentes clave de la infraestructura de innovación, incluido el capital humano y los recursos financieros, o políticas esenciales, como la protección de la propiedad intelectual o los incentivos para la innovación, así como un ecosistema en que se relacionen las universidades, los laboratorios de investigación y las empresas que invierten en investigación y desarrollo que trabajan juntas en un campo específico para producir más invenciones y más patentes. En México es pobrísimo el número de patentes registradas internacionalmente. En comparación, hace algunos años, los 32 países de América Latina y el Caribe en conjunto registraron alrededor de 836 patentes, según la USPTO.

Los asiáticos China, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Vietnam y Singapur, están obsesionados con el futuro. Aquí, como dice Oppenheimer** por el pasado: “…mientras los asiáticos están guiados por el pragmatismo y obsesionados con el futuro, los latinoamericanos estamos guiados por la ideología y obsesionados con el pasado… en rigor, no recuerdo ninguna vez (que) algún funcionario me señaló que su gobierno estaba adoptando tal o cual política porque así lo había propuesto algún prócer siglos atrás”.

La edición 2021 del Índice Mundial de Innovación de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMP, que es un organismo de las Naciones Unidas, autofinanciado, que cuenta con 193 Estados miembros) presenta la clasificación mundial más reciente de 132 economías según su nivel de innovación, sobre la base de 81 indicadores diferentes. La inmensa mayoría de esos 30 países, con niveles altos en la calidad de su educación y primeros también dentro de las pruebas PISA. Los

30 primeros lugares del Índice de Innovación Mundial 2021, corresponden a Suiza (1), Suecia (2), Estados Unidos (3), Reino Unido (4), Corea del Sur (5), Holanda (6), Finlandia (7), Singapur (8), Dinamarca (9), Alemania (10), Francia (11), China (12), Japón (13), Hong Kong, China (14), Israel (15), Canadá (16), Islandia (17), Austria (18), Irlanda (19), Noruega (20), Estonia (21), Bélgica (22), Luxemburgo (23), República Checa (24), Australia (25), Nueva Zelanda (26), Malta (27), Chipre (28), Italia (29) y España (30). México se encuentra muy atrás, en la posición 55, seguido de Costa Rica (56) y Brasil (57).

Con datos de la USPTO para 2022, por ciudad, en cuanto a registro de patentes, vemos que en México y en general en toda Latinoamérica, prácticamente desde 2013 no se han registrado un número de patentes considerable para figurar con alguna importancia en los registros, mientras que en Bangalor (India) se registraron 24,261 patentes de 16,222 inventores; en Seúl, 119,732 de 37,981 inventores; En Beijing, 45,621 patentes de 24,932 inventores; en Tokyo, 269,739 de 91,691 inventores; en Singapur, 19,751 de 11,077 inventores; en Dublín, 8,824 de 2,210 inventores; en Cambridge, 8,986 de 4,590 inventores; en Estocolmo, 17,964 de 3,243 inventores; en París, 25,398 de 12,982 inventores; en Tel Aviv (Israel), 10,570 de 4,553 inventores; en Munich, 27,814 de 11,123 inventores, en Espoo (Finlandia), 10,184 de 2,660 inventores; en San José, California (Estados Unidos), 120,635 patentes de 30,863 inventores. Nos hace falta una buena educación en matemáticas, ciencia y tecnología, porque el mundo se mueve y progresa y nuestro país se queda atrás y en aislamiento, como pretende el gobierno. No debemos permitirlo, hay que alcanzar el futuro exigiendo nuestro derecho a una educación de calidad.

*Thomas PIKETTY, El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

**Andrés OPPENHEIMER, Basta de historias. La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro, Random House Mondadori, México, 2010.

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