En su obsesión por lograr que Claudia Sheinbaum llegue a la Grande, el presidente vuelve a lanzar una cortina de humo para protegerla. Esta vez tuvo la puntada de poner a la Guardia Nacional de cuidadora del Metro de Chilangolandia, bajo el pretexto de que existe una campaña de sabotaje. Con ello la dignidad y el honor de los soldados vuelven a quedar expuestos al capricho ciudadano. Por lo pronto, ya tuvieron su primer encontronazo con las feminazis (pagadas por alguien) en la estación Bellas Artes.
6.07 pm. Le dije a la comadre que nos bajáramos en el Metro Hidalgo. Pero como es bien pinche necia se aferró a que nos bajáramos en Bellas Artes. En mala hora. ¡Qué relajo con tanta raza! Apenas cabemos en el andén. Huele a humanidad, huele a pura nalga sudada. Pos es que todos estos, el pueblo bueno y sabio, ya van de regreso a sus cantones después de la chamba. ¡Aváncenle! ¡Aváncenle! La comadre, para no variar, viene en la baba mirando el nuevo video de Shakira en su celular. “Orale, wey, avánzale”, le digo al jotito que va delante de mí para que se mueva. Se ve que es chacalón, de esos que andan cazando sugar daddy en el último vagón del Metro.
“Esta es una manifestación pacífica… No venimos a confrontar ni a la policía ni a la Guardia Nacional”, se oye que gritan de pronto desde las escaleras de la entrada. Unas fulanas encapuchadas aparecen entre el gentío. Vienen muy acá, muy leonas, como queriendo agandallar. Entre dos gordas cargan una manta pintarrajeada. ¿Qué dice? Ah, ya vi: “Fuera la Guardia Nacional del Metro”. ¡Chale! Ya vinieron a armar su desmadre. Piojosas. Se deberían poner a trabajar. Yo ya me quiero ir de aquí. Pero nomás no avanzamos. Voy a llamar al Jonathan para decirle que voy a llegar más tarde. ¡Chale! Ya debe estar esperándome en el cuarto del hotel. ¿Y el celular? ¿Y el celular? ¡Ya me lo chingaron! ¡Hijos de su…! Y todavía no lo termino de pagar. Le dije a la comadre que nos bajáramos en Hidalgo. ¡Chin…! Respira, respira…
-Ya me chingaron el celular. -le digo a la comadre, que se me queda viendo con ojos de pistola.
-Ay, comadre, le dije que se lo guardara en el brasier -me regaña.
Se oyen más gritos. Me empujan, la gente se arremolina cerca de los torniquetes. No alcanzo a ver bien, pero como que por allá adelante ya se armó el borlote. Una flaca está subida sobre los torniquetes. Trae la cara encapuchada. Quién sabe qué tanto grita. Otra que está cerca de ella, le está dando de martillazos a los lectores de tarjeta. Parece un energúmeno. No afloja el martillo. ¡Taz! ¡Taz! ¡Taz! Y los de la Guardia Nacional nomás viéndola. No, si nomás falta que la feliciten. Si de por sí el pinche Metro se está cayendo a pedazos, y esa pendeja lo sigue destruyendo.
Aunque sea díganle algo, culeros. Eso que está destruyendo lo pagamos nosotros con nuestros impuestos. Si yo nomás porque vengo con mi comadre, y además me está esperando el Jonathan, si no, hasta les ponía sus buenas cachetadas a esas perras. Y de paso a los de la Guardia Nacional. Pa que despierten. “Hazte para allá. Asesino, hazte para alla. Asesino”, le grita una de las encapuchadas a uno de la Guardia Nacional, que se le queda viendo pelando los ojos. El tipo no le responde, pero se ve que si pudiera, de buena gana le soltaba un chachetadón. Pero no puede hacer eso, tiene que aguantar vara. Pobrecillos. ¡Cómo los exponen! ¡Qué necesidad tienen de que les estén pisoteando su dignidá! Si son soldados, no payasos. Ya cualquier baboso les falta el respeto.
-Pero la culpa de todo la tiene la Chinbaun, ¿sí o no? -le digo de pronto a la comadre (estoy encabronadísima por lo del celular).
-Sí y no. -me contesta la comadre, que por cierto, ama a la Chinbaun.
-¿Ahora ya la va defender? -le replico chasqueando la lengua.
-No. Pero no todo es culpa de ella -me responde-. A ver, ¿qué hicieron los que estuvieron antes que ella? Estuvo López Obrador, estuvo Rosario Robles, estuvo Ebrard… Ninguno hizo nada. En vez de meterle lana al Metro, le quitaron lo que pudieron. Lo usaron como “caja chica”. Un día la bomba tenía que tronar. Y le tronó a la Chinbaun.
-Perdóneme, comadrita, pero el licenciado Ebrard construyó la Línea 12. -le aclaro.
-Y ya vio cómo nos fue. Se le cayó. -me revira la comadre.
-Mire, a mí lo que me saca de onda -le digo- es que “la señora” ande haciendo campaña electoral anticipada en quién sabe dónde. Mientras aquí, el Metro choca a cada rato. Ahí está la Yaretzi, la muchacha que se murió, ¿ella que culpa tenía? No se vale.
-Pos sí, comadre -me dice- pero si Obrador no hubiera salido con sus famosas “corcholatas”, la gente de Morena estaría sosegada, chambeando. Pero como les alborotó el gallinero antes de tiempo, ya cada uno está buscando cómo llegar a la Grande. Andan como gallinas sin cabeza. Ya no hay manera de pararlos.
Por fin salimos del Metro. Me despido de la comadre. Yo corro hacia el Eje Central, ella sigue por la Alameda. Ya está oscureciendo, se empieza a sentir más frío. Son cuarto para las siete. Seguro el Jonathan ya se fue. Ese wey es bien desesperado. Córrele, córrele… A ver si todavía lo alcanzas. Nomás me acuerdo de mi celular y hasta me duele la barriga. En el semáforo se para de pronto una camioneta de la Guardia Nacional. Arriba va el guardia al que la encapuchada le estaba gritando dentro del Metro. Va serio, medio tristón.
Tal vez ya va para su casa. Y cuándo su señora le pregunte que cómo le fue en la chamaba, ¿qué le va a responder? “Me fue muy bien, vieja. Bueno, una pendeja, a la que ni siquiera le pude ver la cara, me estuvo insultando hasta que se cansó. Pero de ahí en fuera, me fue muy bien. Me encanta ser soldado, es lo que siempre soñé.” ¿Y el Jonathan? Yo creo que ya se fue. Ese wey es bien desesperado.