“Somos dueños de la palabra, pero también somos dueños de nuestro silencio”, es una frase que recientemente el diputado Serapio vargas dijo, esto después de que un reportero de esta casa editorial le cuestionara si coincide con Feliciano Castro con la idea de que los diputados del PAS “carecen de inteligencia”.
Pero esta no es la única ocasión en la cual un legislador usó el derecho a quedarse callado; basta con hacer una búsqueda en Google para percatarse de que los diputados son elegidos por el pueblo y para representar a la gente.
Pero esto parece ser algo que solo aplica cuando hacen las cosas bonitas: los legisladores representan al pueblo cuando crean una ley o reforman otra para dar mejores condiciones a la población. En esas ocasiones buscan la difusión, las palmadas en la espalda y satisfacer su necesidades políticas con la opinión pública.
En cambio, cuando se trata de encarar la otra parte de lo que dicen y hacen (como la diputada Almendra Negrete, que sigue sin dar declaraciones por ser aviadora en la SEPyC), los representantes del pueblo tienen derecho a quedarse callados.
¿La ciudadanía de verdad quiere gente que se quede callada a conveniencia representándoles? ¿Dónde está esa transparencia y sinceridad que se expuso en sus campañas?
El eximio franciscano
Otro que vende caro su discurso de austeridad es el presidente de la Jucopo, Feliciano Castro Meléndrez, quien asegura que no gasta en viáticos, cuando se le asignó a él y a su amigo del PRIMOR, Ricardo Madrid, sendas camionetas de lujo de la marca Honda.
Además, cada uno tiene 30 mil pesos del presupuesto del Congreso adicionales a su sueldo de 105 mil pesos para gastárselo como quieran, restaurantes, gasolina, hoteles u hasta regalárselo a la gente.
El caso es que la clase política afirma una cosa, pero en realidad hace otra.