Es una añeja y nefasta tradición del poder político mexicano, que los hijos del presidente en turno, por sus escándalos, terminen metiendo a sus progenitores en sendas broncas.
Son los “mirreyes presidenciales”. Vaquetones, ambiciosos, ingobernables. Cuando no se les va la lengua, cometen algún exceso, o de plano, les da por hacer chapuzas en complicidad con sus cuates. Es la historia de cada sexenio sin importar qué partido gobierne. Esta vez el escándalo alcanzó a Andy, otro de los hijos incómodos del presidente.
Un sistema presidencialista como el mexicano, heredado de la Colonia española, tiene muchas fallas. Una de ellas es el enorme poder que le confiere al mandatario en turno. Lo convierte en una especie de reyezuelo, un ser omnipotente y caprichoso, que lo mismo decide quién habrá de ocupar una secretaría de Estado, que determina quién habrá de sucederlo en el trono una vez que se vaya. Alrededor de ese trono están la corte y los respectivos cortesanos. Algunos son sólo amigos, otros, familia. Una familia que la mayoría de las veces termina por convertirse en un verdadero lastre. Y peor aun cuando ese lastre son los propios hijos. Ni cómo librarse de ellos.
Se les puede enviar por un rato a otro país, como es el caso de Jesús Ernesto, el hijo menor del presidente, quien se fue a estudiar a Inglaterra. ¿Pero qué hacer con Andrés Manuel Jr., Andy, el hijo predilecto, el sucesor al trono en 2030, quien además goza de un enorme poder e influencia en el gobierno de la actual 4T? Alguien que durante la campaña electoral manejaba la agenda de su padre y, que una vez que la presidencia le fue arrebatada al PRI, se convirtió en una especie de coyote del poder al más alto nivel. Andy pone y quita y con el diablo se desquita. Jorge Álvarez Máynez, diputado de Movimiento Ciudadano lo define así: “Todo mundo sabe que despacha en la casa del Pedregal… Todo mundo sabe que para contratos en cultura es con Andy… Que para ser dirigente de Morena es con Andy… Que para ser candidato de Morena es con Andy”…
Hijazo de mi vidaza
Si bien José Ramón, el hijo mayor del presidente, durante este sexenio se ha visto involucrado en varios escándalos a raíz de la mentada “casa gris” de Houston, de donde tuvo que salir en fuga, dados los rumores de que el gobierno gringo lo tenía en la mira, es cierto que se trata de alguien que no es tan cercano al poder de Palacio como podría serlo su hermano. Ése sí salió bueno para la polaca y para el billete. Tal vez es por eso que el presidente ve a Andy como su carta fuerte para ocupar el trono en 2030, suponiendo que Morena volviese a ganar la presidencia en 2024. Lo está preparando. Sabe que con unos buenos años de fogueo en las grandes ligas, bajo la tutela de maestros como Manuel Bartlett o como Yasmín Esquivel, la ministra pirata, Andy podría resultar la versión remasterizada de papá Obrador.
Los enjuagues de Andy no son muy distintos a las maromas perpetradas por los hijos de Marta Sahagún, Marita, la siniestra esposa del ex presidente Fox. Cómo olvidar a los hermanitos Bribiesca los hijos de Martita quienes del 2000 al 2006, se embolsaron millones de pesos al fungir como coyotes de empresas que le entraban a cualquier bisne. Queda para el basurero de la historia el caso de Oceanografía, compañía dedicada a “trabajos petroleros”, a la cual, gracias a la mano negra de los Bribiesca, le llovieron contratos con Petróleos Mexicanos por más de 6 mil millones de pesos. Nada mal para un sexenio.
En México, la pena por tráfico de influencias va de dos a seis años de cárcel más una multa. Así que cualquiera que sea hallado culpable de dicho delito, pero que cuente con un abogado de mediano pelo, puede tener la certeza absoluta de que jamás pisará un Reclusorio. Tal y como pasó con los hijos de Martita. Y como seguramente ocurrirá con Andy, el mirrey que se ha vuelto tendencia.
No mentir, no robar, no traicionar
Es imposible no preguntarse qué haríamos si la vida nos pusiera en el lugar privilegiado de Andy o de los hermanitos Bribiesca. ¿Qué pasaría si tuviéramos ese enorme poder, un poder que no rinde cuentas ni alcanza castigo? ¿Qué haríamos si supiéramos que con un par de llamadas pudiéramos llevarnos unos buenos millones, con sólo “recomendar” a una empresa privada ante alguna dependencia de gobierno? ¿Reaccionaríamos con rectitud incorruptible o nos dejaríamos seducir por el varo? Algunos dirán yo jamás lo haría. Otros, yo lo haría, sólo que sería menos obvio que Andy. Lo cierto es que el poder enferma, obnubila. A menos que se posea una enorme inteligencia, las formas suelen perderse a la primera oportunidad de hacer billete.
En enero de 2019, tras un mes de ser el nuevo presidente de México, López Obrador abrió su cartera y nos mostró que sólo traía un solitario billete de doscientos pesos en el interior. Muy sonriente (todo era miel sobre hojuelas en aquellos días, no como ahora) aseguró que mantenía un estilo de vida frugal.
Un estilo de vida que ni siquiera admitía cuentas de cheques ni tarjetas de crédito. “Nunca he tenido como objetivo acumular bienes materiales. Pienso que la felicidad es estar bien
con uno mismo, estar bien con nuestra conciencia y estar bien con el prójimo”, dijo muy orgulloso, muy sereno, muy budista. Al parecer ni José Ramón ni Andy escucharon el mensaje. Mala cosa. Un antiguo proverbio hindú dice que para bien y para mal, un hombre paga todas sus deudas con el karma cuando tiene hijos. Otro proverbio, éste, más mexicano, afirma que unos buenos cuerazos propinados a tiempo sobre el hijo ingobernable, evitan muchos dolores de cabeza en el futuro. A papá Obrador se le olvidaron los cuerazos. ¿O sería que andaba muy ocupado buscando ser presidente?